viernes, 14 de septiembre de 2007

Las construcciones 'povera' de Sambo

Hace poco más de una década el arquitecto Samuel Mockbee, conocido como Sambo, dejó la comodidad de su estudio y se trasladó a una de las zonas más pobres de EE UU, donde creó un taller en el que se diseñan y construyen casas con materiales baratos, reciclados y regalados. Tras su muerte en 2001, la iniciativa continúa a través de una apasionante experiencia que fuerza a la arquitectura a nuevos fines estéticos, técnicos y medioambientales.
A los cincuenta años Samuel Mockbee dejó su despacho de arquitectura. Cambió más de quince prósperos años con Coleman Coker en Misisipi, para fundar el Rural Studio a principios de los noventa. Sambo -como se le conocía- estaba inquieto por el curso de la arquitectura americana de aquellos años que, alentada por las señales de prosperidad de la economía global, las nuevas tecnologías y la posmodernidad, había abandonado su compromiso cívico y social para entregarse a los asuntos de estilo.
Samuel Mockbee quedó seducido por el condado de Hale, en Alabama, uno de los rincones más pobres del sur profundo estadounidense, con ecos de un pasado confederado y latifundista, donde los esclavos negros que se dedicaban a la cosecha del algodón emigraron al norte tras el colapso de este mercado. Ahí, decidió fundar un taller enfocado a proyectar y construir modestas -y originales- casas para gente pobre.
En 1992 Sambo y su primer grupo de doce alumnos de la Universidad de Auburn, Alabama, creían que se trataba de un experimento docente de un año. Sin embargo, la experiencia continúa. La entrega absoluta y entusiasta del Rural Studio fue injertando al condado de Hale inventivas estructuras hechas con materiales baratos, reciclados o donados: ladrillos viejos, durmientes de tren, láminas corrugadas de cartón y plástico, ruedas gastadas de camión, matriculas de coche, balas de papel prensado o moqueta modular. Poco a poco aparecieron casas únicas para gente necesitada, hecha de arquitectura sin pretensiones pero expresiva, honesta y original, ligada al contexto pero innovadora.
Desde entonces, cada semestre quince alumnos del segundo curso se aíslan en la base del Rural Studio, a doscientos kilómetros de la Universidad de Auburn, a quince del restaurante más cercano y a sesenta de un cine, en medio de un paisaje lacónico entre traileres abandonados y negros meciéndose en sus porches remendados. Ahí aprenden a trabajar en equipo, a proyectar y construir una casa, involucrando las responsabilidades éticas y sociales asociadas a la arquitectura.
La primera intervención fue un nuevo porche inclinado y translucido y unas alcobas semicilíndricas anexadas a una casa vieja. La siguiente convirtió los grandes techos inclinados comunes de esta zona lluviosa y húmeda en una oportunidad, dando alas a la cubierta, con soluciones ingeniosas y baja tecnología. En 1995, construyeron la capilla Yancey, que no es más que un pabellón abierto a vistas panorámicas, con una cubierta muy inclinada, a dos aguas, sobre unos insólitos muros compuestos de mil ruedas viejas de coche rellenas de hormigón. La estética contemporánea y desenfadada del Rural Studio parte de la relectura de las formas y los elementos típicamente sudistas, interpretados libremente. Sambo describía su arquitectura como "contemporánea inspirada en la vernácula", desde las cubiertas de lámina galvanizada, metales oxidados, traileres y porches.
No por casualidad se ha comparado al Rural Studio con el Taliesin que Frank Lloyd Wright fundara en Arizona. Samuel Mockbee, como Wright, era un maestro carismático que abrió las mentes de sus discípulos con lecciones prácticas más que con áridas teorías. Sin embargo, mientras Wright era dominante y egocéntrico, Sambo afirmaba que "la bondad es más importante que la grandeza y la compasión más esencial que la pasión".
El Rural Studio representa una visión de la arquitectura que aborda no sólo la educación práctica y el sentido social, sino también el uso de materiales reciclados y anómalos, tratando de llevar al límite la arquitectura en términos estéticos, técnicos y medioambientales. Se trata de convertir materiales ordinarios en objetos extraordinarios.
Sambo murió de leucemia a finales de 2001, tras recibir un transplante de médula ósea de su hermana a quien le diagnosticaron cáncer de mama, muriendo un año después. Si Mockbee era el corazón y el alma del Rural Studio, su sucesor es un outsider: Andrew Freears. Oriundo de Yorkshire, Inglaterra, formado en la Architectural Association de Londres, Freears trabajó en Chicago y fue profesor en la Universidad de Illinois, antes de entregarse a la causa rural. Con Mockbee los estudiantes siempre eran los autores y los mejores maestros eran jóvenes inexpertos que tenían la energía y el entusiasmo necesarios para contagiar a los alumnos. El nuevo director, sin embargo, se involucra personalmente -y quizá intelectualiza- en los proyectos del taller haciendo que el programa se expanda exponencialmente. En los primeros años los estudiantes tenían que hacer el proyecto, conseguir los fondos y construir. Ahora los líderes de la comunidad se acercan para solicitar proyectos más complejos, financiados con fondos del Gobierno. Dos años después de la muerte de Mockbee el Rural Studio concluyó diecisiete proyectos dispersos a más de doscientos kilómetros del condado de Hale, y en la medida que ha madurado, los edificios de la comunidad han crecido, se han hecho más complejos y con mayor significado social. De la mano de Freears, los edificios procuran ser duraderos, y evitan los materiales poco convencionales. El Rural Studio de Mockbee se reconocía por sus ángulos agudos, las afiladas diagonales y los techos volados. Ahora tienden a lo neutral, a la modernidad minimalista: son menos expresivos y más refinados.
La nueva estación de bomberos en Newbern o la capilla babtista perdida en medio del campo, son austeros ejercicios de composición contenida y elegante, con dominio de la construcción y con detalles espléndidos. En el Parque Perry Lakes se dispersa entre los árboles y los lagos una serie de objetos arquitectónicos espectaculares: el puente colgado de la cubierta estructural a dos aguas, el pabellón formado por pliegues deleuzianos de madera, o los tres lavabos que ven contemplativamente hacia el cielo, el horizonte o hacia el tronco de un árbol, más cercanos al lenguaje de John Hedjuk que a la gramática autóctona.
Una experiencia como la del Rural Studio deja mella. El legado de Samuel Mockbee pasa por la espontaneidad formal y la responsabilidad social y medioambiental. De la mano de Andrew Freears la evolución creativa conjura el anquilosamiento y la sacralización de su origen, sin olvidar los compromisos con el lugar y sus gentes. El rumbo que Sambo inyectó a este taller rural paradigmático y rousseauniano bien podría ser una referencia para miles de escuelas de arquitectura, incapaces de tomar riesgos fuera de la imitación acrítica de los modelos mediáticos de la arquitectura contemporánea.

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